Los políticos europeos deben conseguir para salir de esta
larga crisis que se asoma a su sexto año y sin expectativas de mejora que el crédito vuelva a fluir y fomentar el gasto, para sortear el gasto
privado insuficiente y utilizar así la capacidad productiva disponible; todo
ello dentro de un marco institucional mundial que cambie el perverso rumbo
actual de la globalización.
La solución habitual a la reactivación del crédito es
inyectar capital en las instituciones financieras y así que el crédito vuelva a
fluir hacia el resto de la economía productiva, algo que no se está
consiguiendo como vemos en la falta de confianza, la desviación del capital
hacía actividades especulativas muy rentables en una situación de incertidumbre
como la actual o hacia destinos de escasa fiscalidad y legislaciones laborales y ambientales sin obstáculo alguno, y las continuas recapitalizaciones a las que asistimos desde el
comienzo de la actual crisis, con pérdidas para las arcas públicas y sin la
contrapartida de un mayor control por parte de los gobiernos de las entidades
recapitalizadas; entidades cuya mala gestión estaba destinada a obtener altas
remuneraciones a corto plazo, a pesar del alto riesgo e insostenibilidad y a grandes
dosis de corrupción. ¿Y qué pasa con el Banco Central Europeo? No presta a instituciones
no financieras, su tarea es hacer préstamos a las instituciones bancarias a
bajo interés, que luego prestan a un interés bastante más alto consiguiendo un
buen margen de beneficios; con la excepción echa con el Programa de Compra de
Bonos Públicos lanzado en mayo de 2010 frente a la crisis de deuda pública de
algunos de los países de la eurozona.
Aún cuando este primer paso se consiga, seguiremos
enfrentándonos a un problema de insuficiente demanda agregada. En momentos como
el actual, el hueco dejado por el sector privado debe ser ocupado por el sector
público, a través de los viejos estímulos fiscales keynesianos. La queja del
subconsumo como culpable de los males de la ocupación se aprecia ya en autores
mercantilistas como en inglés William Petty, que en 1662 justificaba “las
diversiones, los espectáculos suntuosos, los arcos triunfales, etc” apoyándose
en que sus costos entraban en los bolsillos de cerveceros, panaderos, sastres,
zapateros y otros. Quien mejor representó estas ideas fue Bernard Mandeville en
su fábula de las abejas con el poema alegórico “El panal rumoroso o la redención de los bribones”.
Un crecimiento en la propensión a consumir serviría, excepto
en condiciones de ocupación plena de las que hoy andamos muy lejos con un
elevado desempleo que supera el 27%; para aumentar al mismo tiempo el aliciente
para invertir, puesto que las oportunidades de ocupación están necesariamente
limitados por la extensión de la demanda total como señala John Maynard Keynes
en su Teoría General, por lo tanto, estimular el gasto público será mejor que
no hacer nada ante la parálisis de la iniciativa privada.
De no ser así, como hoy estamos viendo en la actual crisis
con las políticas de austeridad puestas en marcha por los países así como por
los insuficientes estímulos fiscales llevados a cabo en España o Estados
Unidos, y que recientemente pondrá en marcha Italia en menor proporción, cuya
baja efectividad viene dada por el escaso volumen de recursos utilizados y la
corrupción institucional; una vez iniciado el descenso de la ocupación y el
ingreso total, éste podría llegar muy lejos, pues establecer un nuevo
equilibrio en una sociedad globalizada como la actual implica una caída libre
de la que es complicado ver el fondo, ya que mientras exista alguien en el
mundo con unas condiciones peores que las nuestras habrá margen para seguir
cayendo, aún cuando exista un gobierno nacional con un programa de estímulo
fiscal serio, apenas será un parche temporal. Sin unas instituciones
internacionales y la existencia de cooperación que exige la globalización hoy,
aumentará la brecha de desigualdad entre los más ricos y poderosos y el resto
de la humanidad, como se puede apreciar en recientes informes de diversas
instituciones internacionales, ello a costa del sacrificio y erosión de
nuestros derechos y condiciones de vida que provocan una convergencia hacia
quienes se encuentran en peor situación y no a la inversa, una globalización
orquestada y llevada a cabo por una clase política que no sirve a los
ciudadanos de ninguna parte del mundo, cuyo resultado será explotación y barbarie, muy alejados de la
sostenibilidad y libertad efectiva que deberían promover las democracias
actuales.
¿Cuánto más tardaremos en crear los incentivos para una
democracia efectiva y el control y expulsión de nuestras instituciones
democráticas de las élites extractivas que hoy nos gobiernan? No podemos
aspirar a tener derechos económicos sin derechos políticos.
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