Parafraseando a la economista inglesa Joan Robinson, quien
fue discípula de Keynes y la primera persona en leer su Teoría general, así
como una gran crítica de la teoría neoclásica marshalliana sobre la competencia
perfecta, cuyos ensayos recomiendo echar un vistazo (especialmente dos: “¿qué
es competencia perfecta?” y “teoría pura del comercio internacional”), me
gustaría exponer un pequeño fragmento de una conferencia suya que lleva como
título “la segunda crisis de la teoría económica”, pronunciada en una reunión
de la American Economic
Association en Nueva Orleans, el 27 de diciembre
de 1971.
“La doctrina de que existe una tendencia natural a un
equilibrio sostenido con pleno empleo no pudo sobrevivir la experiencia del
completo colapso de la economía de mercado en los años treinta. De esa crisis
surgió lo que se ha venido llamando revolución keynesiana […].
Sin duda, los
veinticinco años que sucedieron a la última guerra fueron muy distintos de los
veinte años posteriores a la primera. La idea de que era responsabilidad del
gobierno mantener un nivel elevado y estable de empleo en su economía nacional
fue una novedad. Es posible que se aceptase como ortodoxia sobre todo porque se
advirtió que las economías planificadas no presentaban desempleo. La libre
empresa tenía que justificarse ante sus propios empleados […].
La llamada política keynesiana ha consistido en una serie de
recursos para hacer frente a las recesiones cuando éstas se presentaban. El
desempleo se resolvería a través del gasto público, financiado con empréstitos.
Los capitanes de la industria comprobarían que un paro muy reducido erosiona la
disciplina en las fábricas, y los precios subirían.
En esta situación, es probable que los intereses de la gran
empresa y los rentistas formen un bloque muy poderoso, y probablemente
encontrarán más de un economista dispuesto a declarar que la situación resulta
a todas luces malsana. Muy posiblemente, la presión de todas estas fuerzas, y
en particular de las grandes empresas, inducirá al gobierno a volver a la
política ortodoxa y reducir el déficit presupuestario. El resultado será una
depresión […]
Keynes estaba poniendo en entredicho la ortodoxia dominante,
la cual sostenía que le gasto público no podía aumentar el nivel de empleo.
Ante todo, era preciso demostrar que ello era posible. Tenía que demostrar que
un incremento de la inversión aumentaría el consumo, que habría más salarios
que podrían gastarse en más cerveza y más zapatos, independientemente de que la
inversión fuese útil o no. Tenía que demostrar que el incremento secundario de
la renta real es completamente independiente de la finalidad del gasto
primario. Paguemos a la gente para que cabe zanjas y vuelva a llenarlas si no
es posible hacer otra cosa.
La guerra constituyó una dura lección de keynesianismo. La
ortodoxia se vio obligada a ceder. Los gobiernos aceptaron la responsabilidad
de mantener un nivel elevado y aceptable de empleo. Luego, los economistas
asumieron a Keynes y establecieron una nueva ortodoxia. Una vez saldada la
cuestión, debió cambiar toda la problemática. Ahora que todos estamos de
acuerdo en que el gasto público puede mantener el empleo, deberíamos discutir
la finalidad de este gasto. Evidentemente, Keynes no quería que nadie se pusiese a cavar
zanjas para llenarlas luego otra vez.”
No voy a entrar a valorar aquí los diversos instrumentos que tiene el
gobierno para crear un impacto positivo en la economía, como son la política
monetaria (en manos de la Unión Europea), la política de rentas o las políticas
de distribución de la renta, ni siquiera valoraré los“errores”en todo tipo de
reformas institucionales, desde el plan Bolonia a la reforma laboral, pasando
por la nacionalización de bancos en quiebra o privatizaciones de servicios
públicos. Así como el fracaso o escaso interés en la cooperación entre los
países tan necesaria en un mundo globalizado como el que nos ha tocado vivir.
Únicamente quería exponer a través de este breve texto cómo
se ha apartado conscientemente por pura ideología, o mejor dicho, interés de
quienes copan los altos estamentos del poder en todas sus dimensiones, la que
creo es la enseñanza más importante que dejó al mundo la Gran Depresión de
los años 30. A través de la política fiscal, concretamente mediante el gasto
público, el gobierno podría mantener el nivel de empleo y parar el circulo
vicioso entre aumento del desempleo, caída del consumo, caída de la producción,
nueva subida del desempleo ( que conlleva a su vez mayor gasto público por
prestaciones sociales, un descenso de los ingresos públicos y por lo tanto, el aumento
del déficit), que se alimenta continuamente y que no parará hasta llegar a un
nuevo“equilibrio”donde la miseria entre la abundancia sea el principal rasgo de
nuestra sociedad, una miseria estúpida e innecesaria.
¿Estamos asistiendo a la tercera crisis de la teoría económica?
Definitivamente no, pues son los gobiernos los encargados de poner las reglas
de juego sobre las que funciona la economía y hoy, a diferencia de los tiempos
de la Gran Depresión, la teoría económica propone alternativas y soluciones,
falta voluntad política.
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