Las principales
implicaciones de la política económica imperante desde hace décadas en lo que
se denomina el Consenso de Washington, toman una preocupación primordial sobre
la estabilidad de precios y una profundamente arraigada creencia en las
propiedades auto-estabilizadoras de los mercados desregulados. En este
contexto, la estabilidad financiera es una preocupación secundaria y la política
de empleo se equipara con promover unos mercados de trabajo más flexibles. Esta
filosofía económica, escondida en las fuertes restricciones a las que son
sometidos los modelos de la corriente neoclásica, y oscurecidos con
sofisticadas ecuaciones matemáticas, ha contribuido a que la ceguera de la
profesión de la economía provocase la edificación de los desequilibrios
económicos que estallaron con la crisis.
Si nos centramos en el
supuesto neoclásico referente al individualismo metodológico, la existencia de
un agente representativo hiper-racional, éste supone la afirmación de que todo
análisis debe comenzar en el nivel del individuo y que empresas libres sin
interacción entre ellas generarán a través del mercado un óptimo de Pareto, es
decir, que se asignaran los recursos escasos de la forma más eficiente posible
para la sociedad. Por el contrario, los economistas heterodoxos que parten de
un enfoque holístico, donde el todo es un sistema
más complejo que una simple suma de sus elementos constituyentes, se
han fijado en la posibilidad de siete paradojas o falacias de composición, una
de las nociones más importantes y más ignoradas de la macroeconomía, las cuales
señalan ciertas contradicciones que ocurren de la pura agregación del agente
representativo de la economía neoclásica y que han tenido una relevancia
importante en la reciente recesión:
1. Paradoja del ahorro, mayores tasas de ahorro
conducen a reducir la producción.
2. Paradoja de los costes, salarios reales más altos
conducen a mayores tasas de beneficio.
3. Paradoja de los déficits públicos, los déficits
del Gobierno aumentan los beneficios privados.
4. Paradoja de la deuda, esfuerzos de
desapalancamiento podrían dar lugar a mayores niveles de apalancamiento.
5. Paradoja de la tranquilidad, la estabilidad es
desestabilizadora.
6. Paradoja de liquidez, nuevas formas de crear
liquidez terminan por transformar activos líquidos en ilíquidos.
7. Paradoja del riesgo, posibilidades de cobertura
de riesgo individual conducen a mayor riesgo global.
La extrapolación de
forma natural que habitualmente tendemos a hacer de nuestra situación
individual al resto de la sociedad no se limita al caso de la economía, por poner
un sencillo ejemplo cotidiano en otras esferas de nuestra vida, algunas
personas pueden decidir salir rápidamente por las puertas de un cine
abarrotado, mientras que no todo el mundo puede hacerlo si lo deciden todos a
la vez.
La paradoja o falacia
de composición más conocida es la “paradoja
del ahorro” expuesta por primera vez por John Maynard Keynes: tratar de
ahorrar más disminuyendo el consumo agregado no incrementa el ahorro. Normalmente
se expone tomando el ahorro de los hogares como el equivalente a la acumulación
indeseada de inventario por parte de los productores, acarreándoles no cubrir costes
al no vender su producción, pero puede explicarse también con una cuestión que
ha despertado una histeria general, el déficit acumulado a consecuencia de la
crisis actual por los países más azotados por sus efectos. La sabiduría popular
da por sentado que los déficits públicos son discrecionales, y que si el sector
público se esforzase podría rebajar su déficit. Sin embargo, no son conscientes
de los impactos que dicha reducción provocaría en los balances del sector
privado y exterior, que son la otra cara de este déficit, y esto es así por una
simple norma aplicable a la contabilidad macroeconómica de cualquier país:
Balance Privado
Domestico + Balance Público Doméstico + Balance Exterior =0
La situación llevaría a
menores superávits privados o exteriores y una caída de la demanda agregada que
no disminuiría el déficit, al ponerse en marcha los estabilizadores automáticos:
aumenta el gasto social y se derrumba la recaudación de impuestos. Es de
señalar que quienes apoyan esta política de empobrecimiento tienen la confianza
en que las exportaciones, algo que cae en su mayor parte fuera del control de
las naciones por ser dependientes de muchos factores, impulsarán la
competitividad vía precios y salarios relativos. La miseria doméstica nos haría
competir en el exterior, sin embargo esto es impreciso, puesto que este tipo de
estrategia acarrea consecuencias en el extranjero, incluida la posición sobre
los tipos de cambio en terceros países y la disminución de la demanda agregada
global, se vuelve a recordar aquí que el superávit de alguien es el déficit de
algún otro.
Las primeras tres
paradojas están muy relacionadas y tienen su reflejo directo en las variables macroeconómicas
“reales”, mientras que las otras
cuatro surgen del funcionamiento de los mercados financieros. Como ya se ha
puesto en claro la conexión de la primera con la tercera, voy a hacer un breve
apunte sobre la segunda, “la paradoja de
los costes”, expuesta por el economista polaco Michal Kalecki. El consumo de los hogares depende en gran
medida de los ingresos, que proceden del gasto hecho por las empresas y sector
público en salarios, de los beneficios, y de los intereses. Este gasto, a su
vez, es llevado a cabo por las empresas en base a las expectativas de venta,
que son los desembolsos por parte de los hogares, de los extranjeros, de otras
empresas y del sector público. Si un empresario decide mejorar su balance
reduciendo costes por medio del salario de los trabajadores, y le siguen en su
estrategia el resto de empleadores, lo
que a nivel individual supondría una mejora, a nivel agregado lleva a un menor
ingreso de los trabajadores en su función de consumidores, y por ello, se reducen las ventas totales y por tanto los
ingresos de las empresas, que ven sus balances mermados, debilitándose las
expectativas de inversión para toda la economía, que se ven agravadas cuando la
capacidad de producción está por debajo de su potencial ante las débiles
expectativas de venta.
Las recetas económicas
en los últimos seis años varían muy poco, seguimos escuchando que hace falta (aún
más) flexibilidad laboral y disciplina fiscal, y que con ello conseguiremos ser
“competitivos” en el exterior, la mágica salida a todos nuestros males y que
nos hace dependientes totalmente de factores externos que no podemos controlar,
aunque para llegar a ello deban empobrecer antes a los ciudadanos deprimiendo
aún más la economía por la incomprensión de la macroeconomía, sosteniendo las
falacias de composición aquí comentadas. Pero, ¿qué es lo que determina entonces
los ingresos a nivel agregado? Todo gasto tiene que ser recibido por alguien en
forma de ingreso, sin embargo la sociedad no puede decidir aumentar sus
ingresos a no ser que incurra antes en gastos, es ese flujo por el cual la
causalidad es a la inversa de lo que ocurre a nivel individual, y ésta es una
cuestión vital para entender la dinámica económica y aumentar en último término
el stock de bienes y servicios producidos, el crecimiento. En definitiva, es la
demanda agregada la que nos marca el camino, en oposición a los modelos
neoclásicos de la corriente económica que se enseña en universidades y asesora
a nuestros políticos ¿hasta qué punto ser permitirá que continúa en su obstinación
el stablishment político-económico?
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