Me veo en la obligación moral de escribir esta breve reflexión sobre un asunto que tiende a ser enterrado apresuradamente cada vez que se saca a la luz pública, desechado sin haber sido llevado a un debate o razonamiento mínimos, la Renta Básica.
Entiendo este instrumento como
una Renta Básica de Inserción, una prestación monetaria integrada por
una parte mensual básica y un complemento variable, en función de los miembros
que forman parte de la unidad de convivencia, con objeto de satisfacer las necesidades básicas de la misma cuando éstas no puedan obtenerse del
trabajo, o de pensiones y prestaciones de la Seguridad Social, como pueden
ser la prestación por desempleo o ayudas a la dependencia, y en oposición con
la iniciativa de una Renta Básica Universal. Tal discrepancia podría parecer
trivial para muchos, pero no deberían pasarse por alto cuestiones tales como que
la Renta Básica Universal carece de una justificación sobre los medios de subsistencia
del individuo si ya están cubiertos, así como los potenciales efectos adversos
sobre la inflación que contrarrestarían los efectos de tal proposición vía
demanda agregada que más abajo expongo, si bien existen circunstancias que a su
vez podrían limitar éstos mediante el incremento de la oferta de bienes y
servicios que la misma Renta Básica Universal podría impulsar, pero que
implican un proceso más complejo y a largo plazo.
Más allá de su justificación
moral en base a la justicia social y el aumento de capacidades del individuo,
con su importante contribución a una libertad individual efectiva, las cuales
suponen por sí mismas un claro objetivo de compromiso social, existen
argumentos de peso diferentes de la retórica social que envuelve esta iniciativa,
y que deberían hacer que cualquier ciudadano y gobierno reflexione de sus
beneficios funcionales como instrumento de política económica, y que expongo en
los dos siguientes puntos.
Primeramente, mi argumento a
favor de la Renta Básica en lo referente a la demanda agregada se centra en la propensión a consumir de los hogares con
menores ingresos, quienes gastan la totalidad de su renta en consumir bienes y
servicios. El efecto multiplicador de esta medida influiría directamente sobre
la oferta de bienes y servicios, lo que a su vez impulsaría el empleo y la inversión en bienes de capital (economía
real), cuyas expectativas vienen marcadas por las previsiones del consumo
futuro. Ello funciona en sentido inverso al resultado que produce una pequeñez
en la propensión a consumir de hogares con rentas elevadas, cuyo ahorro alimenta
la economía financiera y especulativa en busca de mayores retornos en
detrimento de la inversión en la economía real, y que tiene un efecto devastador
sobre la economía desencadenando un periodo inestable y de gran incertidumbre.
Me abstengo aquí de hablar del ahorro derivado de unos ingresos mínimos ya que se
entiende que los beneficiarios de estas transferencias tienen nula capacidad de
ahorrar parte alguna de sus ingresos, sin embargo, dejo abierta la posibilidad
de que esta medida pueda producir una reducción en el endeudamiento de las
familias más desfavorecidas.
Otro fundamento positivo es la capacidad estabilizadora o limitadora de
las fluctuaciones del ciclo económico de esta herramienta, que ya se
evidencia de lo revelado en el primer punto, y que se basa en diluir el riesgo específico de las
personas, quedando expuestos solamente al riesgo sistémico, en línea con la teoría moderna de cartera
de Markowitz, lo que deja las fluctuaciones a la exposición e impactos de
los shocks externos pudiendo controlar en gran medida las producidas por una
demanda agregada insuficiente. Pero lo más interesante es sin duda su efecto
sobre la aversión al riesgo, la
incertidumbre asociada al consumo, lo cual es un concepto muy diferente y
más determinante en la toma de decisiones del individuo que la utilidad del
consumo, como han comprobado economistas y psicólogos en diversos experimentos y
que hoy es uno de los supuestos básicos de la Moderna Teoría
Financiera. Su implementación como una medida puesta en marcha por los poderes
públicos no se trata únicamente de una política de ayuda social, sino de una política coherente con la gestión de
riesgos en una época en la cual los riesgos individuales son extremadamente
importantes, amortiguando el impacto de los problemas más graves. Se trata de
democratizar las finanzas y extender las ventajas y complejas técnicas de las
que disfrutan los mercados financieros a otros ámbitos que puedan devenir en
una mejor seguridad para el ciudadano de a pie. Mi planteamiento aquí sigue el
formulado por el reciente Premio Nobel en Economía Robert Shiller en su libro
“El nuevo orden financiero: el riesgo para el siglo XXI”, sin embargo, difiere en
la naturaleza de su proposición puesto que trato la gestión de riesgos a través
de la Renta Básica como un seguro público, y no como un contrato entre agentes
privados, y lo he tratado así para no eludir los problemas de selección adversa
y otros problemas derivados de la información asimétrica que puedan darse.
Si a los individuos se les deja sobre sus espaldas todo el peso de la incertidumbre que va asociada a
nuestras vidas, así como el sufrimiento personal ocasionado por el azar, los
individuos intentarán hacerlo lo mejor que puedan, normalmente tomando
posiciones conservadoras, evitando
riesgos a costa de dejar pasar oportunidades, que pueden ir desde mejorar
su formación, poner en marcha un proyecto personal en forma de empresa o
investigación, un cambio de trabajo, o incluso un proyecto familiar o social.
Imaginemos, cogiendo el ejemplo
de Shiller sobre su idea de seguro de subsistencia, una persona joven que
piensa seriamente en desarrollar una carrera ambiciosa y especializada, por
ejemplo, en el campo de la bioquímica. Nadie sabe lo que nos deparará el
futuro, así que se enfrenta a riesgos como una sobreabundancia de especialistas
en su materia, una caída de las acciones de biotecnología que redujera sus
posibilidades laborales, o que las universidades y firmas biotecnológicas
importen técnicos cualificados en países en desarrollo por su menores
exigencias salariales. Ante la incertidumbre, podría desechar esta
especialidad, aun cuando este campo pueda proporcionar una cura contra el
cáncer y otras enfermedades. Pero, la Renta Básica podría en gran medida cubrir
parte de los riesgos, diluyendo el riesgo específico, contribuyendo así a incentivar el emprendimiento y que
las personas vean las posibilidades y la incertidumbre bajo otra luz, mucho
menos arriesgada.
La idea de que una Renta Básica
como seguro público impulsaría el emprendimiento de cualquier clase es
contraria a la sabiduría convencional, la cual critica y se opone
intuitivamente a este instrumento por “romper” los incentivos a trabajar, así
como por la supuesta insuficiencia de fondos necesarios para el enorme gasto
público aparejado a su implantación.
Recientemente, tras el fracaso
del proyecto para llevar a la Comisión Europea la petición de una Renta Básica Universal, y
la puesta en marcha de una iniciativa similar a nivel nacional por el Movimiento contra el paro y la precariedad,
en los círculos políticos y de opinión
se ve como una utopía inviable e irresponsable, en un momento de grave déficit
de las cuentas públicas, posición que un informe
del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) se ha
encargado de reforzar. Las objeciones que se le pueden hacer a este informe son
principalmente dos: i) la estimación
del gasto público en una cifra de 78.000 millones de € y su imposibilidad de
financiarlo no es tal si se tiene en cuenta la recaudación de impuestos perdida
por culpa del fraude y la evasión fiscal, la cual ha sido estimada por la
propia Gestha en torno a los 90.000
millones de €, además de la capacidad de aumentar los ingresos del Estado
por medio de una mayor progresividad a los tramos más altos del IRPF como ya ha
existido décadas atrás, un IS en función de la estructura y beneficios de las
grandes empresas suprimiendo los nichos fiscales que permiten a grandes
empresas una tasa efectiva menor que la de pequeñas y medianas empresas, entre
otras muchas cosas que pueden hacerse. Así como, ii) en las estimaciones del informe no se evalúan los efectos sobre
la actividad económica y la recaudación que he argumentado arriba en este
texto, y que cambiarían por completo el punto de referencia de tal informe a la
hora de hacer las estimaciones.
La segunda crítica más extendida
e instintiva sobre este asunto, ampliamente interiorizada por todos, bien refugiada
en la sabiduría convencional, es la que alarma sobre la “ruptura” de incentivos para trabajar que supondría una Renta
Básica, ¿quién va a querer trabajar si se le aseguran unos ingresos sin hacer
nada? Como se ha señalado a lo largo de todo este artículo, la Renta Básica no
es más que unos ingresos mínimos para cubrir las necesidades vitales, de la
cual quedan excluidos la adquisición de
bienes y servicios que todos tenemos razón en valorar y otras motivaciones
que podemos encontrar y que vienen bien agrupadas en la conocida pirámide de Maslow.
Si bien puedo entender cierto
grado de preocupación en torno a la degradación de ciertos incentivos para
trabajar, especialmente si la mediana de ingresos a partir de la cual se
calcula el montante de la Renta Básica es una cifra cercana al Salario Mínimo
Interprofesional, ¿cuál sería el efecto sobre el mercado laboral? Lo que
debería ocurrir es que los salarios de los trabajadores suban, puesto que nadie
estaría dispuesto a trabajar por un SMI que le asegura unos ingresos iguales o
cercanos a los que tendría sin ejercer actividad alguna, aumentando los costes
de las empresas pero también sus ingresos, ya que aumentaría presumiblemente el
consumo de sus productos. Que las personas trabajen por algo más que por
salarios de subsistencia y se ponga
freno a la precariedad no debería ser visto un problema de la Renta Básica,
sino más bien un logro, funcionando a su vez como un complemento de la política
de rentas.
Lo aquí expuesto no significa que
la Renta Básica resuelva por sí misma los problemas a los que se ha hecho
referencia, sino que debe ser vista y
tratada como un instrumento, una herramienta que debe combinarse con otras
medidas necesarias acorde a la situación y las relaciones que surjan de la
multitud de intereses y fuerzas que coexisten en una economía nacional y,
especialmente en estos tiempos, globalmente, por lo que se hace imprescindible
tratar para su correcta implantación o la consecución de los resultados deseados
su complementación con las urgentes regulaciones indispensables en el sistema
financiero, para el medio ambiente y de una política de gobernanza mundial que
vele por unas reglas de juego homogéneas que no sancionen comportamientos
éticos o responsables en el tablero global común degradando la capacidad
competitiva y las economías nacionales.
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Estupendo artículo, que rompe muchos tabús interesados .
ResponderEliminarSe intenta ;). Gracias por su comentario, saludos.
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